Vivir en Lima es asumir que la mayoría de personas de esta ciudad de aproximadamente 11 millones de habitantes piensa primero en sí misma. Este hecho no es completamente malo porque para preocuparse por los demás uno debería hacerlo por si mismo primero, pero pareciera que la gente se olvidó de continuar el proceso y solo se quedó en el amor propio.

La vida en sociedad implica establecer que el otro no es un enemigo, sino un compañero, un elemento valioso de un grupo del que ambos forman parte. En nuestra ciudad pareciera que algunos viven rodeados de enemigos y otros (un segmento más grande) piensan que viven solos y la ciudad es completamente suya por lo que pueden con ella hacer lo que quieran.

El poco respeto por los demás se ve reflejado en muchas situaciones de la vida cotidiana de la ciudad. La basura está en las calles porque hay gente que la tira al suelo, ya sea caminando o desde los autos (y no solo combis), sin importarle nada. Los conductores se creen dueños de la ciudad y no solo los de transporte público sino también los particulares. Para muchos el ambar de los semáforos es un "acelera que ya cambia" o no les importa en lo más mínimo cortar el tráfico de una avenida como la Petit Thouars poniéndose uno detrás de otro para poder pasar más rápido por la Angamos -algo que lamentablemente veo todos los días-.

Este problema, como muchos de nuestro país, viene de la educación, pero no necesariamente la de los colegios, sino la de los hogares. Entonces el problema no serían los maestros sino los padres ¿Acaso no les han podido enseñar a sus hijos que la ciudad la comparten con más personas?

Lima, nuestra ciudad, necesita mas que nuevos sistemas de transporte, políticas municipales de seguridad ciudadana o de protección del medio ambiente, un cambio de mentalidad en sus habitantes. Un proceso de re-educación en el que se entienda que la ciudad es de todos y no solo de uno mismo. Necesitamos pasar de la ciudad del Yo a la ciudad del Nosotros.