¿Qué nos pasó?
Esa fue la pregunta que pasó por la cabeza de cuatro jóvenes veinteañeros -entre los que me encontraba- el sábado por la noche ¿Realmente algo había cambiado en nosotros luego de 6 años y no lo aceptábamos?
No hemos sido unos parranderos desbandados pero si nos gustaba salir y divertirnos cuando estábamos en la universidad, pero aquella noche fue diferente. Nos fastidiaba la cantidad de gente y el humo -realmente excesivo- que había en Antiqua. Esta iba a ser nuestra única parada de la noche pero terminó siendo la primera. No es que nos hayamos paseado de antro en antro durante toda la noche, sino que no teníamos idea que hacer.
¿Comer?¿Tomar algo?¿Solo hablar? ¿Qué hacemos?
Nunca estuvimos convencidos de que hacer o de a donde ir. El sueño asomaba por los rostros de algunos mientras decidíamos los siguientes movimientos. Una parada en Refilo para llenar el estómago y luego a la casa de uno de nosotros para conversar como personas adultas acompañándonos de un trago.
Eso fue lo que hicimos. No fue aburrido. No fue feo. Fue diferente.
Es difícil asumir que estás cambiando a una semana antes de cumplir 23 años. Las sonrisas nerviosas acompañaban los comentarios sarcásticos de lo que sería nuestra vida nocturna ahora que parece que las discotecas ya no son nuestro hogar -aparentemente-.
Particularmente, no creo que hayamos envejecido. Probablemente fue un mal día para salir y las ganas de bailar toda la noche no fueron suficientes para aguantar el humo o los empujones. No debe cundir el pánico. No hemos dejado el baile en discos por el café en el Haiti o el pasear por Miraflores por hacer Tai Chi en un parque.
Fue solo una noche. Una noche que no debe generar un trauma por la edad y la madurez aunque a la 1:30am solo pensaba en dormir plácidamente en mi cama.